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Voluntarios bielorrusos se alistan para luchar con las fuerzas ucranianas
Por primera vez en su vida, el adolescente Gleb Gunko entrará en combate en Ucrania. El escenario es nuevo, pero los motivos no. Como bielorruso, ve este conflicto como una extensión de la lucha por la democracia en su país.
"Voy a Ucrania no solamente para apoyar y luchar por Ucrania, pero también a luchar por Bielorrusia", dice a AFP el joven de 18 años, que reside en Grojec (Polonia).
"Porque nuestra libertad también depende de la situación allí y de lo que ocurre ahora", añade, mostrando en los nudillos de las manos un tatuaje con el lema "born free" (nacido libre, en inglés).
Originario de Minsk, Gunko huyó de su país en 2020, cuando el presidente bielorruso Alexander Lukashenko inició una feroz represión contra los oponentes que protestaron masivamente contra su reelección, considerada fraudulenta por los países occidentales.
El autoritario dirigente bielorruso, en el poder durante casi 30 años, es ahora blanco de más condenas y sanciones internacionales por apoyar y permitir la invasión rusa de Ucrania.
Pero si el poder en Minsk está alineado con el Kremlin, muchos ciudadanos ordinarios respaldan la causa ucraniana y algunos, como Gunko, incluso toman las armas.
"Los bielorrusos no pueden ayudar a Ucrania con armas como hace todo el mundo, pero no pueden tampoco mantenerse al margen, por eso van a luchar por la independencia del país hermano", publicó en Facebook la Fundación Casa Bielorrusia en Varsovia.
La oenegé, que trabaja por los derechos humanos y la democracia en Bielorrusia, ha organizado la logística de enviar combatientes voluntarios a Ucrania.
- "Nuestra libertad y la vuestra" -
"Lukashenko y (el presidente ruso Vladimir) Putin son dos terroristas", asegura Pavel Kukhta, responsable del nuevo centro de voluntarios.
"Esto es una batalla entre la democracia y la libertad de un lado y la dictadura del otro", añade este bielorruso de 24 años.
Kukhta conoce de cerca la guerra. Luchó contra los separatistas rebeldes prorrusos en el Donbás, en el este de Ucrania, desde 2016 hasta 2018, cuando resultó herido por una mina.
"Luchamos bajo el eslogan de +nuestra libertad y la vuestra+", afirma el soldado, cuyo hermano mayor fue asesinado por las fuerzas de seguridad bielorrusas durante las protestas en su país.
"Entonces, en el Donbás, pensábamos que Putin ocuparía Bielorrusia. Pero con Lukashenko (en el poder), se consiguió sin disparar una sola bala", argumenta. "Lukashenko ya no decide nada. Todo va a través de Rusia y Putin", insiste.
Mientras habla, el centro rebosa de actividad. Los voluntarios llenan cajas con chalecos antibalas, baterías portátiles, latas de comida, medicinas y otros productos básicos para los combatientes.
El último grupo debe salir en coche hacia Ucrania en esa misma noche y sus integrantes ya están en el centro, con la moral alta y convencidos de que están en el lado correcto de la historia.
- De tal palo, tal astilla -
Alexey Kovalczuk, un bielorruso que trabajó durante años como profesor de snowboard en Ucrania, explica que siente "una especie de ira placentera, la cólera de la guerra".
Él ya ha vivido en primera línea el conflicto. Justo después de la invasión rusa a finales de febrero, ayudó a evacuar gente de la estación de esquí de Bukovel, en el oeste de Ucrania.
"Vi estas situaciones difíciles allí y entiendo lo que ocurre ahora en Mariúpol, Járkov, Kiev y otras ciudades, por amigos y familiares", explica este hombre de 41 años, que pasó varios años en las fuerzas especiales.
"No entiendo cómo puedes matar a civiles. No lo entiendo", agrega.
Otro combatiente voluntario se aferra a unas desgastadas fotos familiares en blanco y negro o de color sepia.
"Me llevo a mis abuelos a Ucrania (...) Lucharon en la Segunda Guerra Mundial, mientras que este también defendió Varsovia en 1920", dice Andrei Korsak, señalando los rostros de sus antepasados en uniforme.
"Ahora, un siglo después, yo, su nieto, me veo forzado a ir a luchar contra las hordas rusas otra vez, a frenarlas", se enorgullece este hombre de 53 años, repartidor de la marca sueca Ikea.
"Haré todo para detener a este demonio", exclama este residente de Varsovia, procedente de la histórica ciudad bielorrusa de Polatsk.
Aunque preferiría no matar a nadie, asegura que "si llega el momento imaginará "que la persona enfrente es un policía antidisturbios de Minsk". "Y así será más fácil", asegura.
G.Teles--PC