Portugal Colonial - Huir de la miseria, desde el desierto afgano a Irán, cueste lo que cueste

Huir de la miseria, desde el desierto afgano a Irán, cueste lo que cueste
Huir de la miseria, desde el desierto afgano a Irán, cueste lo que cueste

Huir de la miseria, desde el desierto afgano a Irán, cueste lo que cueste

Sattar Amiri sube con su esposa y su bebé a un vehículo que acelera y se adentra en el desierto afgano. Como muchos otros migrantes desesperados, este hombre solo tiene un objetivo: "Llegar a Irán".

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"No tengo elección. No hay ningún futuro en Afganistán", asegura este hombre de 25 años.

En Zaranj, ciudad fronteriza del suroeste de Afganistán, entre 5.000 y 6.000 personas esperan cada día poder salir del país, una cifra cuatro veces superior a la registrada antes de que los talibanes regresaran al poder en agosto, según las personas que les ayudan a cruzar.

Por la noche, los más temerarios intentan escalar el imponente muro que les separa de Irán, arriesgándose a ser alcanzados por un disparo de los guardias fronterizos.

Durante el día, miles de hombres, mujeres y niños, se agolpan en los vehículos todoterreno para un largo viaje que bordea este muro y termina en Irán, pasando por Pakistán.

La mayoría están dispuestos a correr todos los riesgos que sean necesarios para escapar del hundimiento de la economía afgana, provocado por la congelación de miles de millones de fondos en el extranjero y la parálisis total de la ayuda internacional, que sostenía el país desde hacía 20 años.

Sattar perdió su trabajo de mecánico para el ejército hace seis meses. Desde entonces, imposible encontrar trabajo en un país donde el desempleo se dispara.

Por eso, vendió su casa en Mazar-i-Sharif (norte) para financiar la huida familiar a Irán, donde espera trabajar "en lo que sea".

Como él, unos 990.000 afganos salieron de su región de origen entre agosto y diciembre de 2021 en dirección Irán y Pakistán, según reciente informe de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).

- Industria de la miseria -

Este éxodo transformó Zaranj un punto tradicional de cruce fronterizo, en una industria de la miseria.

En los decrépitos hoteles del centro de la localidad donde muchas personas duermen en sencillas alfombras, la desesperación ante una pobreza acechante se mezcla con el miedo de muchos a los talibanes.

Mohummad, un expolicía, intenta llegar a Irán tras haber sido golpeado en dos ocasiones por los islamistas. Querían su arma de servicio y la entregó.

"Pero si vienen una tercera vez me van a matar", teme este hombre de 25 años, oriundo de la provincia de Daikundi (centro), que no quiere dar su apellido.

Según la ONU, los talibanes ya han matado a un centenar de miembros de las exfuerzas de seguridad desde el pasado agosto.

Los pasantes, que facilitan el cruce de las personas, se frotan las manos ante el aumento de sus clientes. Detrás del volante de su todoterreno, Hamidullah duplicó sus precios para transportar a afganos a través del desierto.

"Ahora cuesta seis millones de tomanes (unos 242 dólares en esta moneda iraní), frente a los tres millones que costaba antes de que los talibanes se hicieran con el poder, afirma este hombre de 22 años que trabaja con el visto bueno de los fundamentalistas.

Cada día, conductores como él se concentran en un parking de Zaranj, en el que ondea la bandera blanca talibana y está vigilado por combatientes armados.

Los hombres se hacinan en la parte trasera de los vehículos, las mujeres y los niños viajan apretados en la cabina del conductor. A cambio de una tasa de unos 1.000 afganis, unos 12 dólares, por vehículo, los talibanes dejan pasar a los vehículos por el retén de la salida de la ciudad.

A mediados de febrero, la AFP vio unos 300 vehículos atravesar este punto en un solo día, cada uno transportaba a unas 20 personas, lo que quiere decir que unos 6.000 migrantes pasan por este punto diariamente.

Pero estas cifras son cuestionadas por los talibanes.

"Afirmar que 6.000 afganos han salido del país por una sola frontera en un solo día es propaganda", dijo Mohammad Arsala Jarutai, viceministro de los Refugiados.

"No hay tantos afganos que se van" y "nadie puede dar una cifra exacta", respondió a la AFP durante una rueda de prensa en Kabul.

- Decenas de muertos -

En las pistas caóticas del desierto, los vehículos todoterreno hacen a gran velocidad estos trayectos de ocho horas.

Una vez que se llega a la frontera con Pakistán, los migrantes pasan a ser organizados por otras personas, que les van a hacer caminar hasta llegar a Irán.

Para Maihan Rezai, esta carretera no es una opción.

Este estudiante de 20 años es una presa fácil para los combatientes de Yundallah, un grupo sunita radical que ha secuestrado a numerosas personas en zonas alejadas de Pakistán.

"Nos secuestran porque somos chiitas y nos torturan", explica. "Antes, nos decapitaban, pero ahora nos retienen y piden un rescate".

Por ello, él y sus amigos intentan escalar el muro fronterizo con Irán, que se extiende hasta donde alcanza la vista a la salida de Zaranj.

Pero escalar estos cinco metros de hormigón, inundados de alambres de espino es una tarea ardua que se realiza de noche, a menudo bajo los disparos de los guardias fronterizos iraníes. Frecuentemente, se puede sobornar al soldado responsable de una torre de control, pero no a los que están más alejados.

Los pasantes "nos mienten diciendo que todo está coordinado" con los guardias fronterizos pero no es así, lamenta Maihan, que ha intentado saltar el muro varias veces sin éxito.

Desde hace seis meses, al menos 70 personas han muerto al recibir disparos de los soldados iraníes, afirman a la AFP combatientes talibanes de la zona.

Incluso en caso de lograrlo, la euforia puede ser efímera. Porque desde hace seis meses, Irán, que ya recibió a 3,4 millones de afganos en 2020, la mayoría de ellos clandestinos, expulsa inmediatamente a los migrantes si los encuentra.

Según el gobierno talibán, más de 2.000 migrantes vuelven a Afganistán, expulsados por Irán, cada día.

Pero esto no desanima a Sadat Qatal y Wahid Ahmad, hacinados junto a sus cuatro hijos en una precaria habitación. Desde hace dos meses, la familia solo come pan y té, porque Wahid perdió su empleo en Herat (oeste).

Con lo que lograron tras vender sus bienes, pagaron el alquiler y la familia terminó en Zaranj, sin saber muy bien qué camino tomar.

El hermano de Wahid llegó a Irán saltando el muro en enero. "Me dijo que muchos murieron, que solo tres o cuatro personas, de un total de 80, lograron pasar", dice este hombre, sin esconder su miedo.

"Estamos muy nerviosos", suspira Sadat bajo su velo. "Todo esto es por culpa del hambre. Si tuviéramos aún un poco de esperanza no nos iríamos del país".

E.Raimundo--PC